Por: Leopoldo Ágreda Lovera.
Cuando cayó el Muro de Berlín en 1989, y todos acudían a la borrachera producto de la finalización de la Guerra Fría entre los dos polos dominantes del mundo; Francis Fukuyama, tomando las palabras de Hegel, anunció el final de la historia, debido a que el triunfo del Capitalismo no solo era inminente, sino que además, se erigía como el máximo sistema mundial con Estados Unidos a la cabeza, en su papel de única civilización hegemónica.
No obstante, al poco
tiempo quedarían en el pasado las tesis de Fukuyama, obligándolo a escribir un
nuevo trabajo, aunque ya sus dichos habían marcado un momento del mundo de las
ideas.
Hegel, ya había acuñado esta frase cuando observó a Napoleón Bonaparte, en 1806, ingresar en la ciudad de Jena, donde el gran maestro de la filosofía alemana, terminaba su texto “Fenomenología del Espíritu”.
Esta
concepción del fin de la historia, nos refiere al cumplimiento de la
teleología, es decir, ya se alcanzó el fin máximo de la humanidad, por lo que,
luego de este acontecimiento, la sociedad viviría en la edad de la razón; sin
embargo, Hegel al igual que Fukuyama, se desengañaría al poco tiempo.
El Fin de la Historia
es también una consecución de la teleología cristiana del Medievo, aunque ahora
con un barniz secular, pero que esconde en su interior de manera oculta la
misma idea del apocalipsis, es decir, cuando se ha logrado la finalidad de la
sociedad y se ha llegado al final de los tiempos; demostrando que el pensamiento cristiano, continúa de manera consciente e inconsciente, manejando los hilos
de la civilización occidental.
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